Hace tres años que participé en una de las carreras más duras de mi vida, no era una maratón ni una carrera de montaña, era más bien una carrera fácil, de 21 km, en la que ya había participado en una ocasión, pero que esta vez mis condiciones físicas (o más bien químicas), harían que se convirtiera en una auténtica proeza acabar la prueba.
Una media maratón son 21km, después de varias maratones (42km), esto es pan comido. La diferencia radicó esta vez en mi comida previa a la carrera. Como la prueba tenía lugar a una hora inusual, las tres de la tarde, decidí comer prontito y llegar a la prueba con más o menos la digestión hecha.
A las una menos cuarto, sentados mi mujer e hijos en la mesa del club de mar de Radazul, ordenamos una comida fácil, unos platos de arroz con tomate y huevos fritos. La comida se demoró más de lo previsto; para traernos este plato, en principio simple, tardaron mas de media hora, los chicos estaban revoltosos (como casi siempre) y apenas comieron. Total que yo me comí mis huevos, mi arroz y otro par de huevos de propina de mis hijos.
Eran las dos de la tarde y acababa de meterme entre pecho y espalda cuatro huevos fritos y un buen plato de arroz, todavía quedaba una hora, así que esperaba, deseaba, que aquello bajase un poco, porque si no iba a ser difícil correr.
Había quedado con Julio y Juan Carlos en ir juntos a La Laguna, había que aparcar y calentar antes de la carrera. De camino, en el coche, noto los primeros síntomas de que algo interiormente no iba bien, y no me refiero a mi mente, no se si eran gases o que la comida no me cayó muy bien, por respeto a mis compañeros aguanté el trance en el coche, sin dejar escapar ni un suspiro interior, vamos un pedo.
Por fin, llegamos al parking de La Laguna, nos fuimos a calentar pero yo, ya no me podía concentrar, intentaba no hacer esfuerzos pues los retortijones iban en aumento. Visité el baño del Parking y madre mía, "cagalera a la vista", también podrían ser los nervios del corredor pero me da que no era eso, que esto era algo más que nervios.
Salí sudoroso del baño, ya no necesitaba mas calentamiento.
Esta vez no habiamos ido con mucho tiempo, así que sin más dilaciones nos dirigimos a la línea de salida, en menos de cinco minutos empiezaba la carrera.
Apelotonados los instantes previos a la carrera, me vino otra punzada a la barriga,
-¡pero que guarros!
grita la gente a mi alrededor
-aguanten esas ventosidades hasta la carrera ¡coño!-
comentarios razonables del pelotón, que no tienen culpa de mi glotonería, evidentemente yo no me identifico como el autor.
Pistoletazo de salida, iniciamos la carrera juntos, el ritmo de Julio era menor, y enseguida Juan Carlos empezó a tirar, quería hacer un buen tiempo y decidí ir con él. Me puse a rueda pero pasados cinco kilómetros mis puñaladas al vientre iban en aumento,
-Juan Carlos, yo me quedo con Julio que no voy bien-
Esperé a Julito y me puse a su ritmo, otro par de kilómetros pero imposible. Mi objetivo ahora era encontrar un lugar donde bajarme los pantalones. Estábamos a las afueras de La Laguna, zona residencial, de calidad, con algunos árboles. Desesperadamente necesitaba donde poder evacuar, pero corriendo es difícil decidirse, además había mucho público y todavía mi pudor superaba mis ganas de.....
Ví un bar abierto, entré corriendo, grité ¡buenas tardes!, no me dio tiempo a más, me fui directo al baño y creo que ni el camarero me vio. A mi salida el camarero me miró extrañado, pero como también salí corriendo, no le dio tiempo a pedirme explicaciones.
Aún me quedaban un par de kilómetros para completar la primera vuelta, la mitad del recorrido, en ese momento me viene a la mente que, junto a la salida había unas casetas de baño instaladas por la organización. Tenía que llegar a ellas como fuese, no quería entrar en otro bar.
A duras penas lo conseguí, cuando llegué a las casetas, intenté abrir la puerta,
-¡joder! está ocupada-
-la siguiente, ¡también!-
-¡coño, que me cago!-
-la tercera, sí esta está libre, ¡¡ahhhhhhhh!!, que alivio-
-¡joder! está ocupada-
-la siguiente, ¡también!-
-¡coño, que me cago!-
-la tercera, sí esta está libre, ¡¡ahhhhhhhh!!, que alivio-
-Dios mío, espero que esto se me pase-
Salí del baño absolutamente debilitado, pero no se por qué motivo reanudé la carrera, quinientos metros más adelante, nuevo y doloroso retortijón. En esos momentos ya estaba cerca del parking donde dejamos el coche, decidí salirme del circuito y entrar nuevamente en el baño del parking.
Allí, de nuevo, me desahogué completamente, más de cinco minutos sin poder levantarme de la taza, pues cada vez que lo intentaba me tenía que volver a sentar; no se sí sudaba tanto por la carrera o por las circunstancias.
Al cabo de un rato, por fin pude salir, me fui caminando hacia el circuito, me flaqueaban las piernas, para mí la carrera había terminado. Cuando entré en el circuito caminando, observé que la gente que venía detrás mía en la carrera todavía seguía pasándome.
Salí del baño absolutamente debilitado, pero no se por qué motivo reanudé la carrera, quinientos metros más adelante, nuevo y doloroso retortijón. En esos momentos ya estaba cerca del parking donde dejamos el coche, decidí salirme del circuito y entrar nuevamente en el baño del parking.
Allí, de nuevo, me desahogué completamente, más de cinco minutos sin poder levantarme de la taza, pues cada vez que lo intentaba me tenía que volver a sentar; no se sí sudaba tanto por la carrera o por las circunstancias.
Al cabo de un rato, por fin pude salir, me fui caminando hacia el circuito, me flaqueaban las piernas, para mí la carrera había terminado. Cuando entré en el circuito caminando, observé que la gente que venía detrás mía en la carrera todavía seguía pasándome.
César, otro corredor de Radazul, me saludó,
-¡ánimo Raúl!, ¡échale cojones!-
-joder, encima plagian mis frases-
Los ánimos en una carrera son algo milagroso, como inyecciones de moral,
-¡que hostias!-
Entonces, me acuerdo una de mis máximas,
-hay que intentar siempre acabar lo que uno empieza-
-¡ánimo Raúl!, ¡échale cojones!-
-joder, encima plagian mis frases-
Los ánimos en una carrera son algo milagroso, como inyecciones de moral,
-¡que hostias!-
Entonces, me acuerdo una de mis máximas,
-hay que intentar siempre acabar lo que uno empieza-
Comencé a trotar y al rato ya estaba corriendo, como era un circuito de dos vueltas iguales, me crucé con mis colegas que me preguntaron:
-¿pero dónde te has metido tío?
-luego os lo cuento, estaba haciendo gestiones-
-¿pero dónde te has metido tío?
-luego os lo cuento, estaba haciendo gestiones-
Con algún retortijón más, pero ya sin la anterior intensidad conseguí acabar la carrera, dos horas y seis minutos, mi peor marca en una media maratón. Pero, que coño, lo he conseguido, he llegado a la meta.
Al acabar la prueba, a casa con mis dos compañeros y risas a mi costa.
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