jueves, 16 de abril de 2015

Ingeniero por vocación o por tradición

Después de  unos años de gran esfuerzo en la universidad me hice Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. En ocasiones me han hecho la pregunta de si decidí estudiar Caminos por tradición o por vocación; yo, que soy aficionado a decir chorradas si el momento lo permite, suelo responder que por tradición, al igual que el cura del pueblo de mi madre.

Casi siempre me vuelven a inquirir para explicar tal cuestión y entones les cuento la historia del cura de aquel pueblito de Málaga, que se metió a cura porque su abuelo fue cura y su padre era cura...(A los que no lo entiendan se lo explico más tarde)

Ya sin coñas, mi camino hacia la ingeniería empezó aproximadamente a los 12 años, que fue cuando tomé la firme decisión de estudiar para no trabajar.


Os cuento, resulta que a la tierna edad de 12 años, ahora veo a mi hijo mayor cerca de esa edad y no me lo creo, estábamos jugando en el patio del colegio a un juego mundialmente conocido en aquellos años, el "Churro va"; no se cómo ocurrió pero en pleno juego se produjo un gran tumulto o lo que nosotros llamábamos un bollo, es decir, una montaña de niños y niñas todos unos encima de otros. 
Consecuencia de esto, los más famosillos, por lo traviesos, acabamos expulsados del colegio durante una semana.

Como aquí los detalles son importantes, antes de continuar con la explicación de lo que pasó en el bollo, voy a explicar en primer lugar el juego y luego continuo con el resto.

Churro, mediamanga, mangaentera, o comúnmente denominado "churro va", este era uno de los juegos más habituales en nuestra niñez, mucho más que el fútbol o cualquier otro juego, pues en aquel entonces era raro que alguien tuviese balón y más aún que lo expusiese al uso y disfrute de resto de la chiquillería.

Normalmente sólo jugaban los niños,  el churro va era un juego de brutos, donde la fuerza y la bestialidad eran cualidades adecuadas y valoradas. Las niñas no solían participar en tal juego por razones físicas, además de que la forma de vestir generalizada de ellas, la falda, la hacía poco recomendable para tal arte. Yo creo que jugamos más o menos hasta los quince años .

Para el juego en si, en primer lugar había que hacer dos equipos, cada capitán escogía su equipo uno por uno y alternativamente, por entonces ser gordo era una gran cualidad para el juego, no como ahora, donde los más pesados muchas veces no encuentran su sitio en la sociedad.

Una vez hechos los dos equipos comenzaba el juego en sí, a uno de los equipos, el que perdía a pares o nones,  le tocaba hacer el churro, esto es:

ponerse todos en posición agachados e ir metiendo uno tras otro la cabeza bajo el culo del de delante, abriendo parcialmente las piernas para soportar a sus espaldas el peso de un saltador del otro equipo, incluido el impacto de la caída con salto, y así uno a uno todos los miembros del equipo saltador.

Para no acabar empotrado contra la pared, al primer jugador del equipo que hacia el churro se le ponía de tope otro niño que tenía carácter de imparcial, generalmente se utilizaba como madre o juez al más débil del grupo o a una chica. 

El juez se colocaba de pie con la espalda apoyada en el muro y soportaba con su barriga la cabeza del primero y las correspondientes arremetidas que provocaban cada uno de los saltadores del equipo contrario sobre el churro.

Si el churro era capaz de soportar a todos los jugadores contrarios, entonces el capitán debía preguntar "churro, mediamanga, mangaentera, ¿que será?" a la par que con su mano derecha se agarraba la mano, codo u hombro del brazo izquierdo. 
El capitán del equipo que hacia el churro debía responder. Si acertaba y adivinaba que parte se estaba tocando el que estaba arriba, se cambiaban las tornas y si no, a joderse y volver a repetir el churro el equipo que la pagaba.
Como todos éramos españoles, era normal que apareciese la picaresca, produciéndose situaciones peculiares, como cuando el primero, sin intención aparente, caía sobre el mas débil y casualidad, que lo mismo hacía todo el resto del equipo, logrando que cayese hundido y aplastado el pobre eslabón más débil del burro.

Bueno, pues ese día jugábamos un churro de chicos contra chicas, debía ser de las primeras veces que eso ocurría, era todo un acontecimiento, poder caer encima de las chicas y fastidiarlas sin que pudiesen protestar.

Evidentemente utilizamos nuestras peores artes y caímos todos encima de la pobre Margarita, que a pesar de ser una chica bien aguerrida no pudo con los cuatro o cinco becerros que le caímos encima y finalmente acabó doblegada o despachurrada contra el suelo.

Al caer todo el churro al suelo consecuencia de la flojera de la pobre Margarita se formó lo que denominábamos un bollo, es decir, unos doce o catorce becerros más se tiraron encima de nosotros, de las chicas y de todo Cristo.

Alguna chica se hizo daño y llorando se fueron todas juntas a quejarse a Dirección, a partir de ahí se desencadenarían  una serie de acontecimientos que dieron con nuestros huesos expulsados del colegio.

Parece ser que en plena argumentación de su queja al Jefe de disciplina, el señor Picoco, no recuerdo su nombre verdadero pero jamás olvidaré su apodo, menudo tío cabrón, una de las chicas dijo que a ella incluso le habían tocado las tetas. 
Si no recuerdo mal, la de las tetas no podía ser otra que Conchita, era de las pocas que a esa edad ya había desarrollado generosamente sus virtudes. 


En aquel entonces, la mayoría de nosotros todavía andábamos bastantes empanados en el tema sexual, aun no habían despertado en la mayoría ese tipo de instintos, pero sí es verdad que había algún repetidor en el grupo que ya miraba a las chicas de otra manera, no digo que no fuera verdad que Conchita sufriera algún restregón de tetas pero nos metió a todos en un lío de cojones.


Después de tenernos mas de dos horas castigados mirando a la pared, bajo la atenta vigilancia del Picoco, por fin apareció el "Alto Tribunal" que habría de juzgar los gravísimos hechos de los cuales éramos acusados.


El tribunal estaba formado por el Director del colegio, más comúnmente conocido por "el Doroteo"  y la Directora consorte, a la sazón que su mujer, apodada por razones obvias "la Dorotea".


Sin poder retirar la mirada del encerado, el director le ordenó a mi amigo Rodrigo que relatara la versión de los hechos.

Rodrigo, el más aplicado del grupo, relató temblorosamente su versión:

-Verá señor Director, nosotros estábamos jugando al churro en el patio y nos caímos encima de las chicas y...-

-¡Plaf!, 

Cállese guarro¡, inquirió la Dorotea propinando una sonora colleja al pobre Rodrigo, que rompió a llorar casi de inmediato.

Ahora El Doroteo dirigía su interrogatorio a mi amigo Miguelito, el menos aplicado del grupo:

-Pues verá señor Director, estaban mis amigos jugando al churro y yo les estaba mirando y...

-¡Plaf¡, collejón directo al cuello de Miguelito por parte del Doroteo, 

-¡Cállese mentecato¡-

Miguelito quiso replicar, pero casi sin tiempo para recomponerse,

-¡Plaf!, Miguelito recibió un segundo impacto que le pilló algo más desprevenido, esta vez de La Dorotea,

-¡Cállese delincuente!, y Miguelito a  llorar.., probablemente más de rabia e impotencia que de dolor.

De los siete que éramos, todavía hubo tiempo para que el Director preguntase nuevamente, ahora le tocaba el turno a Angelito, un tipo gordito, bonachón y noble, que hacia honor a su nombre, Angelito.

-Señor Director, yo no se lo que estaban haciendo estos pero yo, yo estaba estudiando cerca del churro y me tropecé con el bollo y me caí dentro y .......

-¡Zas y Zas!-

-¡Por mentiroso!, gritó la Dorotea, al tiempo que le caía una doble colleja a Angelito, propinada por el Doroteo y la Dorotea correlativamente. Otro que se puso a llorar de inmediato.

-Bueno señores, después de demostrada su culpabilidad en los hechos investigados -el muy gilipollas del Doroteo tenía la costumbre de hablar con esa solemnidad que caracteriza a los tontos-, hemos decidido expulsarles del colegio siete días, uno por cada uno de los culpables.-

-A las seis de la tarde podrán recoger sus cosas y marchar a sus casas, mientras tanto permanecerán castigados -aún quedaba  una hora para la salida- sus padres deberán venir mañana para tener reuniones con la directora y conmigo mismo, momento en el cual se les explicarán los motivos de tan ejemplarizante castigo.


¡Dios mío¡ , ¡pero que estaban diciendo! Ahora sí que se nos iba a caer el pelo de verdad, un castigo físico era fácil de soportar, pero una expulsión del cole ya eran palabras mayores, para la mayoría de los padres el colegio era algo sagrado, el lugar donde debíamos hacernos personas de provecho y donde en aquel entonces, los profesores tenían todavia el Don de la infalibilidad; si ellos decían una cosa y tomaban una decisión, seguro que era lo correcto y lo mejor para el alumno.

Con ese castigo, el Director nos consideraba casi delincuentes, de hecho, como luego relató a nuestros padres, la mejor opción para este tipo de chicos era, primero el internado y posteriormente si no se enderezaban, el reformatorio. 


Tuvimos un resto de espera, hasta las seis de la tarde que pareció una eternidad, nos tuvieron de pie contra la pared hasta la hora de salir y, por fin nos dejaron marchar. ¡Pero para no volver en siete días!. Cómo cojones íbamos a contar esa movida a nuestros padres.

Luisete, el hijo del frutero, estaba hundido, no tenía ninguna duda de que esta vez su padre lo iba a matar antes de terminar de contarle la historia y los demás tampoco las teníamos todas con nosotros.

Yo llegué a casa y reuní a mis padres, les conté una versión dulcificada de los hechos, en la que yo no había casi ni jugado al churro, involuntariamente me había visto arrollado por el tumulto que casualmente cayó al lugar donde estaba yo.


Mi madre, como siempre me creyó, siempre lo hizo, incluso cuando años más tarde llegaba a casa con varias copas de más (borracho perdido) y por la mañana, con un resacón impresionante decía que me encontraba mal y había vomitado porque seguramente me había sentado mal una hamburguesa que había cenado. Mis hermanas me miraban recelosas y sonreían con sorna, "ya ya", pero mi madre se compadecía y me preparaba una sopa caliente para asentar ese estomago castigado por los excesos de la noche anterior. Mi padre en cambió fue otra historia, tan sólo dijo:


-¡Pero qué has hecho pedazo de desgracio!-
 
-¡Papa, que yo soy inocente, que yo no he tocado nada!-

-¡Peor me lo pones, encima gilipollas!-

-¡Pero papa!-

-¡Ni papa, ni hostias!-


Ese era el momento en que solía intervenir mi dulce madre, todo ternura y comprensión, e intercedía por su retoño

-Yo creo que el niño dice la verdad-, seguro que él no ha sido.

Mi padre que siempre cedía ante sus encantos, no tuvo más remedio que aflojar, sin embargo tomó una gran decisión que a la larga sería clave en mi vida.


-Como queráis, no más regañinas, pero éste, -dijo a mi madre señalándome-desde mañana se levanta conmigo, ya que no tienes que estudiar, -ahora me miraba a mi-, empiezas a trabajar conmigo, todos los días hasta que vuelvas al colegio.

No podía decir nada, parecía una decisión justa, tendría que ayudar a mi padre toda la semana y a cambio no recibiría  ningún castigo, ni más reprimendas; vamos, un chollo.

Aquella noche, como era habitual mi padre se fue a acostar sobre las nueve y media, mis hermanas, un poco después y nos quedamos, como de costumbre, mi madre y yo viendo la tele.

Recuerdo que daban por televisión Los Hombres de Harrelson, serie de acción buenísima que además nos permitía a los chicos jugar al día siguiente a emular a esos espectaculares Grupos de Operaciones Especiales americanos. En mi opinión,  esa serie, posteriormente Bruce Lee y después Rocky marcaron una grandiosa época cinematográfica sobre la cabeza de muchos niños de la época.
La serie acababa tarde, creo que me acostaría sobre las once y media. 


Sentí como si, sólo hubiesen pasado cinco minutos desde que me acosté cuando mi padre empezó a zarandearme. 

-Despierta, que tenemos que trabajar-

-¡Eh! ¿Qué pasa? ¿ Qué hora es?-

-Las cuatro menos cuarto, ¡Venga espabila que se nos hace tarde!-

-Déjame un ratito más, que tengo mucho sueño-

Esta vez, con un tono un poco mas serio mi padre dijo,

-¡Arriba que hay que currar!-

No se movió hasta que me vestí y salimos juntos de casa hacia el Obrador de la pastelería. Me dolían hasta los ojos del sueño que tenía, ¡Que necesidad! En fín, ya estábamos en el trabajo y ese era mi castigo.

En aquel entonces mi padre trabajaba de lunes a viernes desde las cuatro menos cuarto de la madrugada hasta la una de la tarde. Los sábados y domingos todavía un poco más, hasta las tres de la tarde; en verano descansaba un mes y listo. Esta era su jornada durante 7 días a la semana y 335 días al año, el negocio era nuestro y no quedaba otra. 
Para mí era algo diabólico, se pasó la mayor parte de su vida trabajando como un mulo.

Ya un poco mas despierto, después del madrugón pasé unas horas razonables, pero a partir de la cuarta o quinta hora de trabajo se me empezó a hacer eterno, comenzó a dolerme todo, la falta de costumbre evidentemente. Le pregunté a mi padre si como principiante podía irme ya a la cama, pero se negó, me hizo aguantar hasta que acabamos los tres, mi tío Paco, mi padre y yo.

-Aquí no se raja nadie-, me dijo.

A las dos de la tarde pillé la cama y ese día solo desperté para cenar algo y otra vez a la cama.

Al ratito de acostarme, sentí otra vez a mi padre.

-Despierta hay que currar"-

¡No podía ser verdad!, debía ser una pesadilla, no había pasado nada de tiempo, pero la voz volvió a sonar: 

-Levántate, que hay que currar-

-¡Joder, No quiero!, creo que dije esperando sentenciar la cuestión.

La tercera advertencia fue bastante más dura, fue algo así como:

-te levantas o te levanto-, que con el tono adecuado de voz resultó convincente, así que no tuve mas cojones.

Camino del Obrador, ese día ya me dolían los ojos, las manos, la espalda y los pies, pero no hubo compasión, y el día de curro se me hizo otra eternidad.

A las dos de la tarde, comida y a la cama, no recuerdo siquiera levantarme para cenar, pero al rato oí de nuevo a mi padre.

-levanta que es hora de currar-

-¡Joder otra pesadilla!

-Espabila, que no tenemos todo el día-, no era necesario esperar al tercer aviso.

De este tercer día camino del Obrador no recuerdo qué parte no me dolía, tampoco hubo compasión, creo que en algun momento del día fui al baño y lloré de rabia, o de cansancio, o de dolor. No sé, pero lloré, como tenía mi orgullo lo hice en el baño, para que mi padre no me viese.

Y así fue cómo transcurrió aquella semana de castigo, la verdad es que los últimos días ya no fueron tan duros, jamás se me olvidará, supuso mi debut en el mundo laboral. Cuando tocó volver al colegio no imaginaba cómo lo habrían pasado mis compañeros, pero yo estaba deseando volver a la normalidad, levantarme a una hora decente y estar sentado tan ricamente mientras me soltaban el rollo de la asignatura que fuese.

Después de aquella dura semana, ya nunca nada sería igual, desde entonces siempre tuve clara una cosa, debía estudiar si no quería ser un jodido esclavo del trabajo como lo fue mi padre. 

A partir de entonces y progresivamente cada vez más ya nunca dejé de ayudar a mis padres, al principio por obligación, hasta que entendí que había que arrimar el hombro, luego se convirtió en costumbre.

Todos aquellos años de trabajo duro, compatibilizado con los estudios sirvió para forjarnos el carácter. Tanto a mis hermanas y primas, como yo,  trabajábamos en la pastelería cada fin de semana y cada fiesta. Siempre madrugando, siempre con esa jodida sensación de sueño y cansancio, entre diario mis padres intentaban que fuera lo menos posible, pero siempre había algo que hacer si no estabas estudiando.

A la edad de 25 años me desvinculé de la pastelería  y me dediqué de lleno a la ingeniería, pero ya era parte de mi ser aquel espíritu de sacrificio que nos inculcaron mis padres, el nunca rendirse, el aguantar aunque el cuerpo te diga que está cansado, el continuar un poco más, y luego otro poco y así sucesivamente, esto fueron cosas que nacieron de aquellos años. 
Solo he encontrado sensaciones parecidas cuando años después me aficioné a correr y acabé corriendo maratones, las sensaciones cuando estás agotado y sigues corriendo se parecen mucho a lo que sentimos aquellos años.

Después, cuando ejercía de ingeniero todo me pareció  fácil, al principio no me podía quitar de la cabeza que me pagaran sin doblar el espinazo, tan sólo tenía que utilizar mi mente y me pagaban por ello, eso sí que era vida. Luego, con el tiempo, te vas acostumbrando a lo bueno, es natural y humano, pero lo más importante, la capacidad de sacrificio y de lucha, eso ya no se olvida nunca.

Esta es la razón y la historia de cómo llegué a ser ingeniero, ni por vocación ni por tradición, más bien por negación: negación a aceptar la vida sacrificada que me podía esperar si no estudiaba.

A mi padre, un gran hombre, y al que nunca le dije "te quiero"



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