viernes, 3 de julio de 2015

Un encargado, una silla y un ancla (capitulo 1)

Viernes, 3 de julio de 2015

El encargado.

Creo que debía correr el año 1998, yo ejercía entonces de jefe de obra en Tenerife, estábamos construyendo una urbanización y no tenía mucha experiencia en ese tipo de obras. A decir verdad, en casi  ningún tipo de obras, sabía, eso sí, que ese tipo de problemas los curaba el tiempo.

Trabajaba para Agromán, una gran compañía, histórica, y con mucho prestigio en el mundo de las infraestructuras, aunque  a esas alturas  ambas cualidades ya habían degenerado sobre manera.

Recuerdo que, para la obra que debía construir me asignaron un encargado que estaba, por decirlo finamente, como una puta regadera. Tal encargado era una mezcla de: sargento de hierro, torero (había llegado a banderillero), ex-ciclista, embaucador, maestro albañil, demente, egocéntrico y alguna cualidad más; pero, eso sí, currante como una mula, divertido y fiel hasta la muerte, si tal era la necesidad.

Se llamaba Antonio, aunque cuando él se presentaba lo hacía siempre con su nombre y dos apellidos, añadiendo la coletilla, "pa' lo que usted mande".


Para que os hagáis una idea de cómo era el tipo, os contaré algún detalle.

En aquel entonces había una fuerte demanda de personal laboral y teníamos que contratar  trabajadores casi a diario. La oferta de trabajo en la zona era enorme y a tal demanda acudían gentes de diversas regiones de España, con profesiones dispares, relacionadas o no con la construcción. 

Todos venían buscando trabajo en nuestro sector, donde se pagaban sueldos desmesurados y se necesitaba personal para todos los oficios, las obras proliferaban como setas después de la lluvia.

-¡Era el boom de la construcción!-

Como he dicho antes, mi experiencia era de pocos años y decidí dejar en manos de Antonio el proceso de selección de personal, al menos durante unos meses, hasta que me percaté de que tal delegación nos iba a llevar a ambos directamente a la calle o a la carcel.

Mi encargado tenía varias técnicas para la seleccion de personal, todas ellas tenían en común la obligación de hacer una prueba de acceso que determinaba la valía del candidato. Recuerdo algunas, como la de rapar  a todo aquel demandante de trabajo cuyo pelo fuese excesivamente largo. Después  de hablar largo y tendido con el susodicho melenas, Antonio le explicaba que tenía que pasar un día trabajando con nosotros como periodo de pruebas. 

Sin embargo, según Antonio, nuestra normativa del trabajo exigía un cierto decoro, por ejemplo, el tamaño del pelo debía ser cuasi rapado y aseado. Entonces, él mismo, para ahorrarles un corte de pelo a la par que un dinerillo, se ofrecía gustoso a arreglar al candidato. 

Para tal menester Antonio se había comprado una maquinilla de rapar. Al incauto candidato que aceptaba, lo sentaba en su caseta de obra y le aplicaba un magnífico corte de pelo del uno o al cero, según tuviera el día. Aquello era cosa de locos, cada tres o cuatro días veías por la obra  a un operario calvo y ya adivinabas que había pasado por las manos de Antonio.

No se cuantos fueron hasta que le requisé la maquinilla, pero os aseguro que decenas, lo peor de todo era que después de la prueba, la mayoría no le parecían aptos.

Los tipos no empleados finalmente, por decisión de Antonio, marchaban con unas caras que eran un poema, entre cabreados y jodidos, pero sobre todo con una buena lección de vida:

"Intenta que nadie te tome el pelo a las primeras de cambio"

Otras veces les ofrecía un trabajo acorde a sus cualidades, recuerdo una vez que vi a un tipo nuevo picando a mano en una zanja, tenía las manos desechas; cuando llegué junto al encargado y el nuevo, pregunté  por aquel hombre. Antonio, que siempre tenía retranca me respondió:

-Ha pedido trabajo, me ha dicho que era joyero y eso es lo que he hecho, ponerle a hacer joyos.

En definitiva, mi encargado era lo que llamaríamos un cabrón con pintas.

Lo cierto es que yo todavía traía el ritmo de trabajo de mi familia, trabajamos como bestias, y aquello a Antonio, junto con mi puntillo de locura y de no arrugarse nunca, le caló. Conseguí  que a pesar de venir de vuelta de todo y de ser como era, se volcase a muerte en el trabajo, y fue así cómo sacamos aquella jodida obra adelante.

La idea que me formé entonces y que hasta día de hoy me ha acompañado, con respecto a la gente con la que he trabajado, es la de que:

-Para hacer grandes obras necesitas gente capaz y profesional
-Además de esto, si quieres hacer obras increíbles  necesitas sobre todos a los más valientes y de confianza, con los que podrás llegar al fin del mundo.

A Antonio le encantaba hacer bromas de mal gusto,  a German por ejemplo, aquel becario que iniciaba su periplo vital, lo tenía martirizado. Recuerdo que un domingo le hizo ir a picar una tubería que se había ejecutado mal por instrucciones de German. Antonio le había dicho que si yo me enteraba de tal cagada, posiblemente  les echara a los dos.

El plan era sencillo, mientras Antonio, como maniobra de distracción, me llevaba el domingo a comer a un buen restaurante de la playa, el becario debía pasar el día picando aquella tubería y arreglar la avería. Se las hizo pasar bien putas, pero así era como antes se espabilaba a los principiantes.

Recuerdo otra muy buena, cuando los teléfonos móviles todavía eran cosa singular, los encargados que disfrutaban de tal privilegio, durante sus vacaciones estaban obligados a depositarlos en la delegación.
Y la mala suerte para otro encargado llamado Tomas, que no se le ocurrió otra cosa que dejarle el teléfono a Antonio, para que le hicieses el favor de depositarlo en la oficinas. Antonio lo hizo, pero antes de apagarlo para los próximos 15 días, que duraban las vacaciones de Tomas, le dejó grabado un simpático mensaje de buzón de voz que decía: 

-Buenos días, este es el contestador de Tomas, encargado general de Agromán. El encargado mas maricón de toda la empresa. Por favor, déjame tu mensaje y te devolveré la llamada, ¡guapetón¡-

También hubo ocasiones donde comió de su propia medicina, recuerdo por ejemplo cuando instruí  a Filiberto (el administrativo de la obra), para que preparase una carta con formato de la empresa dirigida a Antonio.

La carta, remitida personalmente por el Director General de Agromán a Antonio, venia a decir que:

-Sabedor de su empeño y valía en el trabajo, la empresa le había obsequiado por su cumpleaños con un viaje de 15 días a Cuba, todos los gastos pagados, para él y su familia.-

Todo venía bien detallado en un sobre, incluidos folletos de hotel y propaganda de excursiones que amablemente nos facilitaron en la agencia de viajes de la esquina, se le instaba a ponerse en contacto con recursos humanos para que le organizasen el viaje.

Antonio abrió el sobre y salió de la oficina corriendo y gritando, dos horas después regresó, ya había llamado a su mujer para contárselo, habían acordado las fechas. Sin embargo cuando se puso en contacto con recursos humanos, no sabían de que les hablaba.

Cuando de nuevo entró en la oficina y vió nuestras caras y que no pudimos aguantar las risas, no os quiero ni contar lo que salió por su boca, nos llamó de todo menos bonitos.

Era justa la venganza, yo creo que todavía le duele.




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