viernes, 10 de julio de 2015

Un encargado, una silla y un ancla (capítulo 2)

La Silla.

Un día Antonio apareció por la oficina y me habló de la necesidad de tener un camión cisterna de continuo en la obra, su idea se basaba en que necesitábamos tener un servicio constante de suministro de agua y no debiamos depender del subcontratista de movimiento de tierras. 

El ya había pensado en ello y sabía de unos militares que vendían una cisterna de segunda mano, que serviría para tal menester. El problema era que los militares trasladaban dicho artilugio remolcado mediante un camión, es decir, a la cisterna habría que buscarle después un vehículo de tracción.

A mi me pareció buena idea y allá que nos  fuimos Antonio y yo, a negociar con los militares.
La cuba o cisterna en cuestión era un poco decepcionante, era probable que la hubiesen utlizado las tropas de Franco, aunque para Antonio estaba en perfectas condiciones.

Recuerdo que estando revisando el artilugio me dijo por lo bajini:

-A esta maravilla se le da una manita de pintura y queda mejor que nueva-

-Confía en mi-


Esa coletilla al final de la frase era habitual cuando me quería convencer de algo.

Con argumento tan contundente quedé nuevamente convencido e inicié la negociación con el sargento responsable de tal material armamentístico:

-¿Cuanto quiere por este cacharro?-

-200.000 pesetas-

-Le ofrezco 20.000 pelas-

-Trato hecho-

¡Coño! ¡Qué ganas tenían el tío de quitarse este trasto de encima. Seguro que me lo hubiese llevado por menos. 

Este tipo de reflexiones siempre te pasan por la cabeza después de cerrar un trato, sobre todo en África, donde nunca llegas a saber el precio real de las cosas.

La cuba llegó a la obra y se le dió una mano de pintura, o dos o tres, con los colores de Agroman. Quedó bastante aparente, ahora nuestro problema era encontrar un camión, tractor o carreta de burros donde fijar la cisterna. Preguntamos por varios sitios y finalmente nos llegó la noticia de que la ferretería Las Chafiras vendía un camioncillo de segunda mano a muy buen precio.

Y de nuevo Antonio y yo en busca de negocio.

Llegamos a la citada ferretería y en efecto, nos enseñaron un camión viejo, en estado digamos ruinoso. El principal problema era que el vehículo estaba dado de baja y no podría circular por la calle, por eso el precio era de tan solo 75.000 pesetas. 

Como habíamos avisado de nuestra llegada, imagino que habían trabajado en la primera impresión del camión. Y así fue, porque el camión arrancó a la primera.

Lo de que no tuviese papeles nos daba un poco igual, debía trabajar dentro de una obra y podía andar perfectamente sin matricula, el problema sería como llevarlo hasta la obra sin pisar la carretera.

-¿Que te parece Antonio?-

- Raúl, el camión está de puta madre. ¡Mejor que  nuevo!-

-Pero Antonio, ¿tú controlas de mecánica?-

- No, pero solo hay que oír cómo suena el motor-

-¿Seguro?-

- Que sí, tu confía en mi-

(desde entonces, siempre que alguien me dice esa frase me pongo de mala hostia)

Cuando estábamos observando el camión, me di cuenta de que en la parte trasera, en la caja, había una silla de forja metálica, además de un ancla de grandes dimensiones, las dos cosas completamente oxidadas.

Empecé a negociar con los ferreteros pero esta vez no hubo manera de bajar el precio, los tíos se cerraron en banda y ni una pela me bajaron, aún así era un chollo.

A mi, que siempre me ha parecido que todo en esta vida es negociable, me resultaba una ofensa el no rascar algo, así que propuse mi última oferta, aceptar el precio si me podía quedar con lo que había en la caja: la silla y ancla.

Los dos ferreteros se miraron extrañados y de inmediato se cerró el trato. Supongo que pensaron, ¿para que cojones querrán estos dos toda esta chatarra?

Debían ser ya las siete de la tarde, cerramos el trato, hicimos un papel a mano por la transacción y los ferreteros nos dieron las llaves, cerraron la ferretería y quedamos Antonio y yo en la puerta, con mi citroen saxo y nuestro magnifico camión.

Reconozco que la idea de tener un camión siempre me hizo ilusión, entre otras cosas por aquella canción de Loquillo:

Yo para ser feliz, quiero un camión, 
llevar el pecho tatuado,
en camiseta mascar tabaco.
Yo para ser feliz, quiero un camión...


La zona donde estaba la ferretería no era muy segura en cuanto a robos,  y estábamos preocupados por que pasaría si dejábamos el camión toda la noche a la intemperie, en ese momento era nuestro tesoro y como el miedo es libre y absurdo, decidimos arriesgarnos y llevar el camión circulando hasta la obra, solo había unos 20 km,. Estaba atardeciendo y con un poco de suerte en media hora habríamos acabado la historia.


Arrancamos los dos vehículos, yo iría delante escoltando a Antonio. De la ferretería a la rotonda donde estaba la gasolinera habría unos cien metros y allí mismo se entraba a la autopista.

En marcha!, gritó Antonio-

Creo que recorrimos unos 95 metros, transcurridos los cuales el camión empezó a pitar y se detuvo en la misma entrada de la gasolinera, paré unos metros más adelante, bajé del coche, retrocedí y le pregunté a Antonio.

-¿Que pasa Antonio?-

- No se, ha sonado una cosa rara en el motor, he metido punto muerto y se ha calado.
¡Pues intenta arrancarlo coño¡

- Eso hago, pero mira, no va-

-¡Arráncalo por Dios, Antonio! (Como hubiese dicho el propio Luis Moya a Carlos Sainz)

- Cago en ........

-¿Y ahora qué ..

- Raul, creo que nos han timado-

-¡Me cago en mí calavera!-

-Pero no decías que sonaba cojonudo-

- Sí, eso creía yo..., ¡Me cago en todos los ferreteros!-

-Sí, y yo me cago en ti, por "enterao" que no por "encargao"-

-Y me cago también en mi, por hacerte caso-

Llevábamos diez minutos blasfemando y pensando sobre lo que íbamos a hacer con el camión, cuando aparecieron dos furgonetas con parte de los trabajadores de nuestra obra, eran gente del norte, unos 16 trabajadores que todos los días venían del norte al sur en dos furgones.

Antes de regresar a casa, todos los días paraban a repostar en esa misma gasolinera, en realidad lo de repostar era una excusa para ingerir varias copichulas e ir durmiendo la mona durante la hora y pico que tenían de recorrido hasta sus casas.

-¡Joder, qué suerte tenemos!- dijo Antonio,casi me lo cargo con la mirada.

-Mira, están llegando los chicos, y con ellos viene el pifias, que es mecánico y seguro que esto lo arregla en un pis pas-

- ¿Estás seguro?-

-Tu confía en mi (otra vez la puñetera fracesita)

-El pifias ha sido mecanico de camiones Scania y sabe más de motores que cualquier ingeniero- 

Creo que esa fue la ultima vez que le deje decir "tu confía en mi"


Antonio, que era como dije un liante, convenció u obligó a todos los chicos a tomarse unas rondas más de las habituales.


-Hay que esperar hasta que el pifias arregle el camión- le dijo a todo el grupo.

Al principio pusieron algún reparo pero después de unas ocho rondas, ya perdieron la noción del tiempo y el interés por volver a casa; total para tener que regresar en un rato ya no merecía la pena.

El pifias se puso manos a la obra y en cuestión de una hora el resultado era, que no había arreglado nada, pero había desmontado sobre el suelo de la gasolinera más de medio motor. Yo no quería ni mirar al camión.

La cosa se me había ido de las manos, tenía un camión recién comprado y ya despiezándo en mitad de la gasolinera, quince trabajadores borrachos en el bar y un encargando animando el cotarro, todo ello, claro está, era a costa de mi bolsillo.

Para aprender a controlar las situaciones complejas no hay nada como que éstas se te vayan de las manos y este era un ejemplo claro; luego, con el tiempo aprendes a reconducir cualquier situación caótica, los problemas acaban repitiéndose a lo largo de la vida y ya puedes aplicar soluciones análogas.

A eso de las tres de la madrugada, creo que todos tenían ya claro que no merecía la pena volver a casa, y menos  para tener que volver al trabajo casi de inmediato. En realidad algunos  ya no tenían claro ni donde estaban.

Por fin, a eso de las cuatro y media de la madrugada, el pifias dio por concluida la pequeña reparación ¡Increíble! Desde luego se había ganado el derecho a una cerveza, la fiesta continuaría con unos cuantos brindis más en su honor.

Finalmente, a las seis de la mañana, decidimos que era hora de volver al trabajo, Antonio no dio tregua a la gente y volvió a su ser mas malvado. Y así empezó a meter bulla a todo el personal para que estuvieran en sus puestos a las siete.

-¡Ya está bien de cachondeo!-, comenzó a gritar cómo un poseso.

Partimos todos en procesión hacia la obra y, como un milagro, el camión funcionó a las mil maravillas, el resto del día fue un infierno para todos, como recompensa: ahí estaba nuestra magnifica adquisición.

Durante la semana se pintó el camión, y de nuevo con los colores corporativos de la empresa, se le instaló encima la Cuba y... ¡voilá!, camión cisterna  a estrenar.

Sin embargo, en su continua paranoia, Antonio le dio un último retoque al camión, le instaló una radio y unos altavoces exteriores, diréis que es de locos pero alternaba casetes de música donde sonaban pasodobles y marchas militares, con unas grabaciones curiosas que hizo de su propia voz.

Ahora me parece una locura, pero sí, el tío se grabó gritando cosas como:

-"A trabajar cabrones, que os he visto"
-"Eh tu, no te estaquees que te veo"
-"Al que pille sentao lo echo a la puta calle"
-etc

Lo pienso y puede que estuviese un poco de psiquiatra pero no os imagináis como nos reíamos. 
Quizás yo tampoco debía estar muy bien en aquel entonces, me descojonaba con todas estas cosas, incluso de vez en cuando le daba ideas, las cuales él llevaba a cabo sin el más mínimo pudor.

Aquel camión funcionó de maravilla durante toda la obra y cuando finalmente hice balance económico de lo que había supuesto el camión, creedme que resultó ser una de las mejores inversiones que he hecho en mi vida, en el siguiente capítulo os la detallaré.

Antonio me limpió y pintó la silla que estaba en la cabina del camión, quedó preciosa, se convirtió en mi nueva silla de despacho y ya nunca me separé de ella, de hecho muchas de estas historias se han escrito sentado sobre ella. 

A día de hoy la conservo en mi casa y siempre que me siento en ella me asaltan buenos recuerdos.


A los valientes, que siempre suelen tener sentido del humor.



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