¡Acabo de ver morir a un niño de unos 4 o 5 años!
Estaba pasando el domingo en el hotel Coco Ocean, en Banjul, y un pequeño niño negro se acaba de ahogar en la piscina. Una mujer gritaba histérica, hemos mirado, y un joven sacaba en sus brazos a un niño del agua, se ha producido un tumulto, mucha confusión y gritos de histeria. Acto seguido, varios intentos torpes de primeros auxilios, pero todo en vano.
Estaba pasando el domingo en el hotel Coco Ocean, en Banjul, y un pequeño niño negro se acaba de ahogar en la piscina. Una mujer gritaba histérica, hemos mirado, y un joven sacaba en sus brazos a un niño del agua, se ha producido un tumulto, mucha confusión y gritos de histeria. Acto seguido, varios intentos torpes de primeros auxilios, pero todo en vano.
El niño yacía inerte después de unos minutos; creo que si hubiese habido un socorrista o un médico cerca, el chiquillo se hubiese salvado, pero no ha sido el caso. Supongo que, la delgada línea entre la vida y la muerte es sólo eso; hace unos minutos el niño estaba jugando enfrente de Carlos y mía, y ahora el chiquillo ya no existe, nos hemos quedado acongojados.
A raíz de esto, me acaba de venir a la cabeza una historia que hace tiempo quería contar sobre mi hijo Ivan. Y es que Ivan tiene una estrella, o eso es lo que pienso firmemente de mi hijo Iván.
Resulta que hará unos tres años estábamos de vacaciones en Ibiza, habíamos alquilado, como en otras ocasiones, un velero para disfrutar de una semana por la costa de esa maravillosa isla. Navegabamos en dos veleros y formábamos un grupo grande, con dos niños pequeños por pareja.
El más pequeño de todos los niños, de nombre Gael, tendría unos 2 años y gateaba por todo el barco de nuestro reciente amigo José Minuesa (alias el negro) como cual lobo de mar, eso si, siempre con los manguitos puestos.
El más pequeño de todos los niños, de nombre Gael, tendría unos 2 años y gateaba por todo el barco de nuestro reciente amigo José Minuesa (alias el negro) como cual lobo de mar, eso si, siempre con los manguitos puestos.
Ese día habíamos fondeado en una cala y como en otras ocasiones bajado a tierra para darnos un buen banquete. Recuerdo que estábamos comiendo un arroz increíble y oímos, como hoy, los gritos de una mujer desesperada, no nos enteramos de lo que había pasado aunque en enseguida vinieron a avisarnos, y la historia nos dejó a todos temblando.
Los niños habían acabado de comer y se habían levantado de la mesa para jugar y hacer de las suyas, mientras, nosotros, entretenidos en nuestras viandas no les prestábamos demasiada atención.
Gael, esta vez sin manguitos, decidió darse un baño en la piscina que había anexa al restaurante.
Gael, esta vez sin manguitos, decidió darse un baño en la piscina que había anexa al restaurante.
Allí, en la piscina, sólo había una señora muy mayor, que se dió cuenta de que había un niño en el fondo de la piscina; y la única persona que estaba cerca y oyó gritar a la mujer fue Iván.
A sus 8 años, Iván, además de un trasto era ya un excelente nadador y buceador; el chico no lo dudó y allá que se fue a rescatar a Gael, y gracias a Dios lo sacó a tiempo.
No os quiero contar cuando llegamos donde estaba la mujer y los niños.
No os quiero contar cuando llegamos donde estaba la mujer y los niños.
Tengo grabado para la eternidad las caras de los padres de Gael, y de todos los demás, cuando aquella mujer nos contó lo que había pasado; el miedo, la alegría, el alivio, la felicidad, todo ello se manifestó en minutos.
De nuevo, la delgada línea entre la vida y la muerte, que esta vez se decantaba por el lado de la vida.
De nuevo, la delgada línea entre la vida y la muerte, que esta vez se decantaba por el lado de la vida.
Desde ese día Ivan dejó de ser el niño travieso del viaje para convertirse en el héroe de ese viaje, y para mi, un héroe y un valiente de por vida.
Para mis amigos Los Minuesa...
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