Comida y mus.
Sábado, 30 de enero de 2016
Estoy tumbado en la cama intentando analizar la soberana locura que cometí esta semana y, como siempre en mis historias, lo mejor será escribirlo para que sean mis amigos que las leen quienes opinen sobre si esto es locura, valentía, imprudencia o simplemente esa puñetera adicción a las emociones intensas que parece perseguirme de por vida.
Estoy tumbado en la cama intentando analizar la soberana locura que cometí esta semana y, como siempre en mis historias, lo mejor será escribirlo para que sean mis amigos que las leen quienes opinen sobre si esto es locura, valentía, imprudencia o simplemente esa puñetera adicción a las emociones intensas que parece perseguirme de por vida.
Todo empezó el lunes 25, Mario, Manuel y yo aterrizamos en Dakar procedentes de Tenerife; Manuel y yo habíamos pasado la semana anterior trabajando entre Madrid y Paris, esta semana en cambio tocaba África y se presentaba cargada de trabajo, con varios viajes por delante para unos y muchas horas de ordenador para otros.
Antes de iniciar nada y debido a lo inadecuado de la hora de llegada para trabajar, las dos de la tarde, decidimos que lo más importante que podíamos hacer en ese momento era darnos una buena comida.
Los entrañables cuidadores de nuestros estómagos, Paco y Juan Carlos, habían decidido que, ya que los lunes cierra el restaurante de Paco, esta vez haríamos una comida en un chiringito junto a la playa donde cuyo propietario, un tal Santos procedente de Cabo Verde, nos tenía preparado un enorme pescado al horno.
Después de una buena comida es difícil que a un ser humano como Dios manda le queden demasiadas ganas para el deber, en cualquier caso, decidimos repartirnos equitativamente las tareas: unos a trabajar y otros a echarnos una partidista de mus, que hacía ya tiempo que no jugábamos y no se deben perder las buenas costumbres.
Una partida de mus es algo muy español, muy castizo, muy de chuletas, muy de mentirosos, muy de faroleros, muy de la calle; para mi es el mejor juego de cartas del mundo. Para una buena partida de mus es esencial que haya en la mesa una copa y un cigarro por jugador y eso que habitualmente yo no fumo, pero esa asociación de mus, copa, cigarro y amigos vacilando roza lo sublime y hay que rendirse a ello, así que como en otras ocasiones, me dejé llevar, que no todo va a ser trabajar.
Cuando una partida se vuelve reñida e interesante el mus no tiene parangón ni fin y las copas que te puedes llegar a beber tampoco. En esta ocasión, como últimamente viene siendo costumbre, mi pareja de mus era Paquito, como dije, el dueño del restaurante donde comemos habitualmente, un hombre con doscientos tics en la cara de los cuales debes interpretar cuál es tic y cuál es seña de mus, si logras esto tienes media partida ganada.
Los contrincantes eran Manuel y Juan Carlos; lo de Manuel es para nota pues se trata de un francés al que hemos enseñado no hace mucho tiempo a jugar al juego más español y puede que dentro de cuarenta o cincuenta años llegue a dominar los matices del mismo, aunque por el momento no lo hace mal.
Mi plan inicial para la semana, hasta que se cruzó la dichosa partida de mus era el de desplazrme al día siguiente a la obra que teníamos en el sur de Senegal, avión de linea regular mediante y volver a Dakar, pasando después por la obra que tenemos en Gambia hacia el final de semana.
Como quiera que las decisiones en una partida avanzada de mus, ósea con unas cuantas copas ya de más no suelen ser las más sensatas, Manuel me propuso cambiar los planes iniciales e irme directamente a la obra de Gambia en una mini avioneta de un colega suyo francés, que es instructor y que, ciertamente es otro personaje: Christophe.
La idea de Manuel, siempre con el eximente de un gran porcentaje de alcohol en sangre, me pareció de lo más acertada, llamamos a Cristophe (el piloto) y todo quedó más o menos claro. Iríamos por la mañana al aeródromo donde tiene la avioneta y volaríamos a otro país sin permisos, aterrizaríamos ilegalmente durante un par de minutos, me bajaría de la avioneta rápidamente y allí me recogería alguien de mi gente en la obra.
Así, en frío ahora puede parecer una locura pero os aseguro que en aquel momento se tornó un planazo.
Además, alguien de la mesa que no recuerdo exactamente quién fue dijo la maldita frase:
-"¿A que no hay huevos?"-
Normalmente esta frase siempre desencadena una serie de acontecimientos en los hombres que raramente acaban bien.
-"¿A que no hay huevos?"-
Normalmente esta frase siempre desencadena una serie de acontecimientos en los hombres que raramente acaban bien.
El resto de la tarde noche transcurrió con mas o menos disquisiciones y debates a ratos absurdos a ratos exaltados, en fin que echamos una buena y larga sobremesa.
El vuelo
Es ya al día siguiente, bien temprano, cuando Manuel me saca de la cama para comentarme que nos vamos al aeródromo de Sally pues allí nos espera Cristhope para el plan establecido.
Al principio pensé que estaba de coña, pero cuando me ratifica que todo está preparado y que he sido yo mismo el que se ha comprometido uno no tiene más remedio que tirar para adelante con los faroles, si uno dice que sí, que hay huevos, luego no se puede echarse para atrás, son las taras de ese ser racional denominado hombre, pues las mujeres no vienen con ese defecto de fábrica.
Al principio pensé que estaba de coña, pero cuando me ratifica que todo está preparado y que he sido yo mismo el que se ha comprometido uno no tiene más remedio que tirar para adelante con los faroles, si uno dice que sí, que hay huevos, luego no se puede echarse para atrás, son las taras de ese ser racional denominado hombre, pues las mujeres no vienen con ese defecto de fábrica.
Como habíamos llegado el día anterior directamente desde Canarias aún no había desecho mi maleta, tipo trolley, junto con el maletín con las cosas de trabajo. En el trolley llevaba cosas de primera necesidad, como un traje de neopreno que me habia comprado para nadar en el mar con mi amigo Fran (aquel de la historia del Triatlón de La Graciosa), teníamos la intención de empezar a nadar en las playas de Dakar pero me había comentado que el agua ya estaba fría y que le daban miedo los tiburones, es por eso que con un neopreno sería suficiente.
Además de eso tenía en la maleta, casi por casualidad, una camisa, unos calcetines y unos calzoncillos, que eso siempre hay que llevarlo.
Como Manuel me estaba metiendo tanta prisa pues su colega piloto esperaba, sin deshacer la maleta la cogí directamente junto con mi maletín y ¡hala!, camino del aeropuerto que nos esperaba una avioneta.
Comienza la locura
Ya en el aeródromo, junto a la avioneta, me planteo seriamente si esto que voy a hacer no será una jilipollez, pero tanto Manuel como Christophe me miran extrañados cuando hago el comentario. Pues nada, serán cosas mías, que debo ser un tiquismiquis o que me estoy haciendo mayor.
Sobre las diez de la mañana despegamos, el instrumento principal de navegación de Cristhophe es un Ipad; sí lo que oís, un Ipad que lleva entre las piernas mientras pilota y que tiene descargada una App de vuelo y que, según él es mejor que el propio equipo de un boeing 747.
El estupendo programa nos marca una velocidad de 130 km/hora y un tiempo de llegada al campamento de noventa minutos. Hay un fortísimo viento lateral que no permite ir más rapido y que hace dar de vez en cuando alguna sacudida que te levantaba los pies del suelo de la avioneta.
Hay que reconocer una cosa, los paisajes desde la avioneta son brutales, el Delta del Sine-Saloum es algo indescriptible, prodigioso, salvaje y bello. Se trata de una serie de canales de agua que van dejando cientos de pequeñas islas y zonas de manglares a medida que progresa la estación seca, también puedes observar decenas de pájaros exóticos.
Cuando llevamos ya una hora de vuelo noto que me está bajando la tensión, se me duermen los brazos y piernas y empiezo a marearme, intento sobreponerme, pero no lo consigo, tengo una sed terrible probablemente consecuencia del exceso del día anterior, intento decirle al piloto que no me encuentro bien y el muy capullo me da una bolsa de plástico por si quiero vomitar, finalmente acabo por perder el conocimiento y Christophe no se da ni cuenta, supongo que cree que me he dormido.
Creo que pasaron unos quince minutos cuando recobré el conocimiento, el muy capullo de Cristophe todavía me dice que vaya siesta que me he echado y que ya hemos pasado la zona de aterrizaje prevista (nuestro campamento en Gambia) pero que ha visto policía o militares y que no se atreve a aterrizar donde teníamos previsto y que prefiere aterrizar en Senegal.
Yo todavía no estoy al 100%, más bien al 30%, quiero salir de la puñetera avioneta como sea, siento claustrofobia y no presto mucha atención a lo que me dice, aún estoy mareado y con ganas de vomitar, cinco minutos más y utilizo la bolsa de plástico.
Christophe me dice que va a intentar aterrizar pasada la frontera en algún claro, yo no soy capaz de concentrarme, solo trato de no vomitar, de repente pega una bajada en picado y cuando estamos a punto de tocar tierra vemos un montón de tocones de árbol y tiene que abortar el aterrizaje a menos de un metro; yo sigo flipando, pero sobrepasado ya por los acontecimientos, que unido a mi deplorable estado de salud hace que piense que debo estar soñando.
Le digo que aterrice en la carretera o donde sea porque nos vamos a dar una leche que verás, pero me dice que no puede, que eso sería una locura, que le pueden llevar a prisión por una cosa así. Veo una pista de tierra que señalo al piloto, pero me dice que tampoco, que eso también es ilegal, sigo alucinando con este tío mientras nos vamos alejando de mi destino, ahora en dirección al interior de la sabana. Ve otro claro y me dice que allí vamos, yo creo que, definitivamente se le ha ido la pinza.
Yo ya he perdido toda la orientación mientras Christophe vuelve a intentar aterrizar, esta vez con éxito, sin tiempo para reaccionar me da el trolley y mi maletín, me le quedo mirando pues no se si está de coña. Me dice que la carretera está hacia allá, señalando con el brazo, a unos cientos de metros.
En ese momento pensé,
-¿que hago, le pego una hostia o me bajo?-
Como todo se desarrolla muy rápido y con mi estado de aturdimiento y ganas de salir de ese cacharro infernal, decido bajarme. El motor continúa en marcha y tengo que salir agachado por la parte trasera para que la hélice no me rebañe.
-¿que hago, le pego una hostia o me bajo?-
Como todo se desarrolla muy rápido y con mi estado de aturdimiento y ganas de salir de ese cacharro infernal, decido bajarme. El motor continúa en marcha y tengo que salir agachado por la parte trasera para que la hélice no me rebañe.
Inmediatamente, Cristhope despega y me quedo en mitad de la sabana mirándole incrédulo, este hijo de puta me ha dejado aquí tirado. No me lo pienso y comienzo a andar en la dirección que me ha dicho, pero la vegetación se espesa hasta un punto donde ya no se puede pasar.
Empiezo a ponerme nervioso pues llegado un punto del camino tengo que girar a la izquierda o derecha para continuar y no se hacia dónde cojones tengo que ir para llegar a la carretera, decido derecha y camino, el calor hace que la sed se me dispare.
Me asaltan los pensamientos negativos. Mira que si me muero aquí, no se enteraría ni Dios. Todavía siento más sed. Empiezo a divagar e intento centrar mi mente pero no puedo parar de pensar,
-hace cinco días caminaba con este mismo equipaje por el centro de Paris-
-¿que cojones ha pasado para que ahora este caminando en la puta selva?,-
-¿estaré soñándo todo esto?-
-¿se me estará yendo la pelota?-
-hace cinco días caminaba con este mismo equipaje por el centro de Paris-
-¿que cojones ha pasado para que ahora este caminando en la puta selva?,-
-¿estaré soñándo todo esto?-
-¿se me estará yendo la pelota?-
Sigo camino por la sabana con mi maletín y mi trolley a cuestas, es imposible arrastrar la maleta por las zonas de tierra y plantas, a estas alturas ya tengo la certeza de que he hecho una de las gilipolleces más grandes de mi vida, de repente oigo algo y pego un brinco del susto, aparecen en mi camino dos animales. ¡Coño! ¡Que sólo son dos cabras¡, ¡seguramente en Paris había animales o personas mucho mas peligrosas¡
-¡Tranquilízate!
-¡Tranquilízate!
En un paisaje donde no pego ni con cola, sudo la gota gorda, me siento como un marciano en la tierra, empiezo a pensar en lo peor, me pasa la vida en fascículos, pero justo en ese momento veo a lo lejos unas cabañas y en el medio un pozo de agua,
-¿tendré ya visiones?-
-lo que me faltaba ahora, perder la cabeza-
Pero veo gente alrededor del pozo y me dirijo directo hacia allí.
-¿tendré ya visiones?-
-lo que me faltaba ahora, perder la cabeza-
Pero veo gente alrededor del pozo y me dirijo directo hacia allí.
No os podéis hacer una idea de la cara de la gente cuando me vieron aparecer, los niños salieron corriendo y algunos se echaron a llorar, yo creo que muchos nunca habían visto un Tubab (hombre blanco). No hago caso a lo que me dicen pues solo hablan en su dialecto y me voy directo al pozo, cojo el cubo de agua y me la echo por encima, después doy un largo trago de agua, cosa que en condiciones normales jamás se me hubiera ocurrido, en estos tres años en Africa solo había probado el agua embotellada, entonces comprendes muchas cosas, entre ellas como la necesidad vence a cualquier miedo por peligroso que este sea.
Una vez saciada mi sed, bajo la mirada y descubro que todos me miran como si hubiesen visto un alien; me hablan pero yo no entiendo nada, solo hablan su dialecto y ni palabra de francés. Los niños comienzan a acercarse de nuevo y de diversas chozas sale más gente para ver al extraterrestre que ha salido de la selva.
Intento comunicarme, pero es imposible, recurro a los gestos y a la mímica y parece que empezamos a entendernos; los niños me tocan los brazos, creo que es el primer blanco que ven tan de cerca. Les hago gestos como si fuera un avión, luego como si fuera en coche y repito "¿Gambia? ¿Soma?". Por fin, una de las mujeres que parece la más espabilada me señala una dirección, les doy las gracias en su dialecto que es de las pocas palabras que me sé y sigo mi camino, esta vez me acompaña un tropel de niños hasta que, por fin llegamos a la carretera.
Me siento y medito sobre lo que hoy me ha pasado, los niños no se separan, les hago una foto y cuando se la enseño se quedan de piedra, un pequeñín se echa a llorar y otros ríen.
Ahora tengo algo de cobertura e intento llamar a mi gente de Gambia, pero todos los teléfonos están inoperativos, cosas de estos países civilizados. Intento con Senegal y por fin logro hablar con Manuel, le explico más o menos donde puedo estar y me dice que va a organizar mi búsqueda y recogida.
Llevo más de veinte minutos sentado en un tronco y toda la chiquillería sigue mirándome, debe ser lo mejor o lo mas raro que les ha pasado en sus cortas vidas; por fin veo venir un vehículo en la dirección que quiero, es decir hacia Gambia.
El autobús
Con el día que llevo no se si voy a cometer otra gilipollez, pero lo hago, me pongo en medio de la carretera y paro el autobús con el brazo en alto, no os podéis imaginar la cara del conductor y de los que iban en la parte delantera.
En senegal un autobus es un vehículo por lo general del año de matusalén donde, en su interior, entra un numero ilimitado de personas y animales y en la parte superior (la baca), entra otro número también ilimitado de personas, equipaje, animales o cualquier cosa que se quiera llevar.
Ocurre a menudo que dichos autobuses vuelcan por la cantidad de carga acumulada en la parte superior, esto es debido a esas cosillas de la física que todavía quedan un poco lejos aquí.
Como decía, el autobús se detiene a un par de metros de mi y bajan unos chavales, los asistentes del conductor (grupo de 2 a 4 jóvenes que se encargan de cobrar, meter y apretar a la gente hacia el interior).
Es casi imposible describir la cara de asombro de todos los viajeros del autobús cuando este se detiene y yo entro en el mismo.
A los asistentes se les salen los ojos de las órbitas cuando me acerco y les digo que voy a Soma, 1.500 francos me responden (2,2€), aquí no pienso regatear, ok les digo y me meto para dentro.
Muy amablemente echan a otro pasajero a empujones hacia la parte de delante del autobús, me imagino que habría pagado muchísimo menos, y acabo en un asiento de dos plazas que comparto confortablemente con una madre y sus tres retoños. ¡Está la cosa para poner pegas¡
A los asistentes se les salen los ojos de las órbitas cuando me acerco y les digo que voy a Soma, 1.500 francos me responden (2,2€), aquí no pienso regatear, ok les digo y me meto para dentro.
Muy amablemente echan a otro pasajero a empujones hacia la parte de delante del autobús, me imagino que habría pagado muchísimo menos, y acabo en un asiento de dos plazas que comparto confortablemente con una madre y sus tres retoños. ¡Está la cosa para poner pegas¡
La mitad del autobus no deja de mirarme durante todo el trayecto, parece que no es muy habitual encontrar un Tubab en mitad de la nada y que se suba al autobús de linea, y menos con mi pinta.
Recorremos unos 40 minutos de trayecto y llegamos por fin a la frontera.
Los asistentes del conductor abren la puerta del bus hidráulicamente (de una patada) y entra un grupo de mujeres cargadas de cacahuetes, plátanos y alguna otra fruta para vender a los viajeros, algunos pasajeros compran pero yo tengo el estómago cerrado y ya he arriesgado por hoy bebiendo del pozo como para comprar más papeletas.
El asistente empieza a pegar voces a las vendedoras y estas se bajan a regañadientes, uno de los asistentes que ha comprado cacahuates me ofrece amablemente (debe ser el menú del viaje), acepto pues lo contrario me parece de mal gusto, total lo que tenga que coger ya lo habré cogido en el pozo.
Unos 5 minutos más adelante volvemos a parar, uno de mis vecinos me dice que hay que tener el documento de identificación en alto pues va a entrar la policia.
Efectivamente, entra un policía por la puerta delantera y empieza a señalar a la gente que, inmediatamente, levanta su carnet de identidad. De repente, mira al fondo y se le abren los ojos como platos, un Tubab bien vestido y en la guagua, me señala incrédulo y me dice que para abajo.
Desciendo y el tipo me lleva al interior del puesto de policía para interrogarme,
-¿como ha llegado hasta aquí?, ¿que hace en el autobus?, ¿hacia donde se dirige?-
-¿como ha llegado hasta aquí?, ¿que hace en el autobus?, ¿hacia donde se dirige?-
Como sé que lo de la avióneta no se lo va a creer, aparte de que puede ser peor el remedio que la enfermedad, le cuento que se me ha averiado el coche y lo he abandonado kilómetros atrás y que me dirijo a Gambia donde mandaré a alguien de mi empresa a buscar el coche.
Parece que le he convencido; además presionado por la insistencia del resto de los viajeros del autobús, me pone el sello en el pasaporte y me deja subir de nuevo al bus.
Unos metros más adelante toca ahora el control de los policías gambianos, la misma operación, en cuando ven al blanco me toca bajar y al puesto de aduanas de nuevo.
Les cuento la misma pelicula, pero esta vez quieren sacarme el dinero por el sello de entrada, es menos de un euro, pero me niego por principios, tengo un visado de un año y está vigente. Pierdo unos minutos hasta que me salgo con la mía y cuando miro hacia fuera, el autobus ha desaparecido; estos cabrones me han dejado en tierra.
Después de lo que he pasado hoy, esto ya no es un problema, ahora estoy en la civilización, si a un sitio como Soma se le puede llamar así. Veo un taxi que pasa por la carretera y le pego un silbido, se detiene en seco, esta técnica funciona en todos los países de este mundo, probablemente incluso en otros mundos, y en La Gomera silbando puedes hasta conversar.
Negocio con el taxista para que me lleve al campamento que ya está sólo a unos 6 km, me pide 400 Dalasis (8 euros al cambio), como hoy estoy derrochador negocio hasta que lo dejamos en 150 Dalasis (3 euracos)
En el trayecto en taxi hago balance económico de mis gastos de viaje: un capullo me ha cobrado 500€ por dejarme tirado desde una avioneta en la selva, un autobús me ha traído hasta la civilización por 2,2€ y un taxista me lleva a nuestro campamento por 3€. Cuando pase esta nota de gastos en mi empresa, los de control de costes no lo van a entender ni de coña.
Justo cuando estamos llegando al campamento veo un todoterreno que viene de frente, resulta ser el segundo equipo de rescate que salía en mi búsqueda, son Carlos y Angel, van comiendo tranquilamente un bocata pues ya son las dos de la tarde, por un momento me doy cuenta de que tan sólo han pasado veinticuatro horas desde que ayer empezó todo esta locura, y como ayer, vuelvo a tomar una decisión importante:
-"vámonos a comer"-
les digo nada mas verles.
-"vámonos a comer"-
les digo nada mas verles.
El equipo de rescate venía con cierto material de primeros auxilios por si me encontraban: bocata de bacon y botellín de agua; sin embargo decido que nos vayamos al campamento donde les contaré la increíble historia hasta encontrarles, y las soberanas gilipolleces que puede llegar a hacer su jefe. Y es que a veces la realidad supera la ficción.
A todos los que me han seguido hasta África, para que sepan que los que acompañan a un loco tampoco deben estar muy cuerdos.

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