sábado, 25 de noviembre de 2017

Personajes de mi periplo africano.(1) Monsieur Sall

Siempre que coincidimos con gente que vivió nuestra etapa africana acabamos recordando a muchos de los personajes con los que allí tratamos. Es normal que las personas que dejan huella en la vida no suelan ser comunes, algún rasgo físico, psíquico, algo singular tienen sin excepción y eso es lo que nos quedará como recuerdos e imágenes de ellos.

Inicio con esta historia una serie  sobre varios de esos seres que marcaron nuestras vidas, con el fin de rendirles mi tributo y hasta admiración en algunos casos.

Monsieur Sall

Os contaré que para hacer los 200km de carretera que nos habían contratado necesitábamos una cantidad enorme de áridos. En una carretera el árido se utiliza para elaborar los hormigones y el aglomerado (asfalto para los neófitos), y en doscientos kilómetros de carretera necesitas una cantidad ingente de este material.

El problema era que en Senegal las canteras de áridos estaban situadas en el norte del país, a unos 800km de nuestra obra, que con el estado de las carreteras en aquel entonces era como decir en la luna.



En otro golpe de suerte nos llegó alguien que decía tener áridos a 250 km de nuestra obra y que además disponía en exclusividad de los permisos necesarios para extraerlos, si eso era verdad, teníamos resuelta una parte complicada de la obra.

Monsieur Sall era ese alguien, un personaje singular, un gigantón Senegalés que siempre iba ataviado con Bubú, un  hombre de unos sesenta años, muy religioso y próximo a los Marabús (líderes religiosos de África Occidental); a mi, no sé por qué razón aquel hombre me cayó bien desde el principio, me trasmitió serenidad, lo cual en aquellos momentos de locura no era baladí.

La empatía con las personas se siente, sobre todo cuando estas acostumbrado a tratar con mucha gente, es algo complicado de describir pues la tienes o no la tienes y a mi este hombre me la transmitía.

Todos los días pasaban por la delegación decenas de Senegaleses intentando venderme su moto, todos eran amigos o familiares de alguien importante, todos tenían maquinaria, todos tenían algo que vender, todos eran empresarios y todos tenían algo en común, todos ellos mentían o adornaban la verdad sin excepción.

Resulta que M. Sall decía tener una concesión de explotación para una cantera de piedra en Masadala, según nos contó era la única concesión otorgada en esa región y él la había conseguido gracias a sus contactos con el gobierno y con los lideres religiosos.

Cuando M. Sall nos habló de Masadala tuvimos primero que ubicarlo en el mapa, había que llegar hasta Tambacounda, al sur-este del país y después tomar un desvío hacia la región de kedougou, en dirección a la frontera con Guinea Conakry.

Como no queríamos pecar de ingenuos, al margen de pedirle toda la documentación legal necesaria, le propusimos una visita a lo que iba a ser la cantera. Todavía no sabíamos que estaba en el culo del mundo pero como siempre nosotros tiramos para delante.

Después de diversas reuniones con M. Sall y la firma de un preacuerdo no muy claro, organizamos la visita, nosotros aprovecharíamos que esa semana íbamos a Kolda (uno de los extremos de nuestra obra) y nos veríamos en Tambacounda, para desde allí hacer juntos el camino por carretera hasta Masadala y desde allí  por pistas de tierra hasta encontrar  la cantera.

M. Sall nos dio las coordenadas de un hotel donde debíamos encontrarnos, el mejor hotel de Tambacounda dijo, allí nos veríamos en una semana y se ofreció a  gestionarnos las reservas, lo cual aceptamos.

Después de comer salimos de Kolda dirección Tambacounda; como siempre a los mandos del volante nuestro inseparable Papis, Manuel de copiloto y Sergio y yo en la parte posterior. La carretera yendo desde Dakar era infame, sobre todo a partir de Kaolack pero aun peor eran las carreteras del sur que rozaban en aquel entonces la tortura, eran intransitables hasta para los todoterrenos.

Lo que los americanos con su inversión/donación a Senegal hicieron en ese país fue parecido a un milagro, luego les pasa como a los españoles, que no saben vender su producto, es mas, el rédito lo suelen aprovechar otros.
Cuando abandonamos el país, el sur de Senegal había pasado de ser una región completamente aislada  a integrarse en el resto del país con unas carreteras nuevas y más que decentes, no os quiero decir como quedarán las comunicaciones cuando se acabe el puente de Gambia, también producto español.

Ese primer viaje, como todos nuestros primeros viajes fue apoteósico; cuando llegamos al hotel era ya tarde, alrededor de medianoche, y es que  el recorrer los 200km hasta Tamba nos debió llevar como seis horas, localizamos el hotel y efectivamente teníamos unas reserva, M. Sall debía estar ya durmiendo, vimos su mercedes todoterreno en la puerta pero ni rastro de él.

El pseudo recepcionista del hotel tenía apuntado mi nombre: Monsieur Chaminade, más tres acompañantes. Nos acompañó a las habitaciones y fue una grata sorpresa cuando nos mostró mi habitación, el hotel no estaba tan mal como parecía por fuera. Tenía una habitación de unos 60 m2 con salón, baño y dormitorio con cama de 2x2, todo súper hortera pero más que aceptable para la calidad de los hoteles fuera de Dakar.

-¡Vaya con M. Sall!-
-¿una caja de sorpresas!-
exclamé,

Mis amigos se fueron a sus habitaciones después de ver la mía y nos emplazamos para la cena media hora mas tarde.

Cuando llegué al restaurante alguna mosca les había picado a Manuel y a Sergio, no así a Papis que al ser negro todavía no le notaba los cambios de expresión y siempre me parecía contento.

-¿a ver, que os pasa ahora, a qué vienen esas caras?-
-¡Joder, una habitación cutre¡, sin baño, con bichos, 
-¡una mierda!-
-No os preocupéis que después de cenar lo solucionamos!-
-¡Mira que sois tiquismiquis, si es solo para dormir!-

Llegó el camarero y preguntó por M. Chaminade, "aquí estoy", contesté en mi escaso francés de aquel entonces y me ofreció un bistec con patatas para cenar, evidentemente acepté la propuesta, que en África y de viaje nunca sabe cuando vas a volver a tener una buena comida.

Luego preguntó a los demás y Manuel se apresuró a pedir otro filete, sin embargo el camarero rechazó su petición, para los acompañantes solo había pollo.
Manuel montó su típico follón de francés ofendido aunque le sirvió de poco, solo había un filete y era para el jefe. Yo le ofrecí el mío  pero por orgullo galo ya no lo quería.
Sergio como siempre se descojonaba de la situación y a Papis la propuesta  de cenar pollo le pareció divina, en los cuatro años que le traté se alimentó exclusivamente de pollo y arroz.

Medio pasado el mosqueo de la cena, nos dirigimos hacia recepción con la intención de cambiar las habitaciones de Manuel y Sergio, pero mala suerte, no había mas suites, la otra estaba ya ocupada por M. Sall.

-Bueno chicosvámonos a dormir que hay que madrugar-
-seguro que mañana lo veis todo de otro color-

intenté quitarle hierro al asunto

-No  tengáis en cuenta lo de la habitación que ademas  solo es para  una noche-

-¡Son cosas de nosotros los jefes¡-

les dije a modo de coña, aunque no se por qué no rieron.

Por la mañana  habíamos quedado a desayunar con M. Sall y su gente, seguro que no  adivináis  quienes fueron los dos únicos que tenían zumo de naranja incluido en el desayuno.

-¡Son cosas de nosotros los jefes!-

volví a comentar a modo de chascarrillo, pero el comentario seguía sin hacerles gracia a estos dos

-¡vaya unos sosos!-

de nuevo solo recibí miradas asesinas como respuesta, bueno, mejor no echar más leña al fuego pensé.

Ya con los depósitos llenos y la sentina vacía, que es vital en África, iniciamos de nuevo viaje, nos quedaba una hora de camino hasta la cantera.


Después de esa hora de camino llegamos a una especie de acuartelamiento al borde de la carretera, allí había un destacamento militar que se ocupaba de la vigilancia del parque natural, tuvimos que pasar a verlos y por lo visto nos tenían que acompañar durante la visita.

Entramos siguiendo sus todoterrenos por pistas casi inaccesibles hasta llegar a un poblado de chozas, allí dejamos los coches y a caminar. Marchábamos tres blanquitos, con unos 10 militares, más los paisanos de la aldea cercana que se iban sumando.
Durante la caminata el comandante nos mostraba las huellas de leones y monos sobre el suelo, nos quedamos acojonaos porque todo el armamento de los militares se limitaba a un pequeño cuchillo que el comandante llevaba a la cintura.

Le dije a Manuel que le preguntara que hacíamos si apararecía un león y el militar respondió sin darle importancia que no aparecerían porque eran animales muy asustadizos, no así los monos o los facocheros con los que sí había que tener cuidado, aquella respuesta no nos dejaba muy tranquilos, así que mejor no preguntar más.

Después de un rato de caminata llegamos a un emplazamiento donde increiblemente había restos de una antigua extracción de áridos, ¡la hostia!, toda la historia de M. Sall era verdad.
Dimos una vuelta por el emplazamiento y todo nos pareció excepcional e inmediatametne le dimos el ok a M. Sall. El entonces se puso a negociar con el jefe del poblado primero y después con los militares.

Al jefe del poblado no se lo que le prometió pero a los militares nos contó que un par de coches y una cantidad de gasolina al mes, pensé que M. Sall era super generoso hasta que más tarde me di  cuenta de que todo aquello no pensaba pagarlo él sino el que suscribe.

Volví a aprender otra lección:

¡Qué facil es ser generoso con el dinero de los otros!

Con nosotros la negociación fue todavía más extraña, era el primer Senegalés que no nos pedía directamente dinero, quería una central de machaqueo y la maquinaria necesaria para extraer el árido y transportarlo.

Él nos dejaba la cantera para explotarla, nosotros lo poníamos todo y cuando acabásemos la carretera él se quedaba con toda la industria montada, era el primer senegalés que conocimos que no pensaba a corto plazo, quería un negocio para el futuro, esto era algo nuevo y me rompía los esquemas.

Al final, el trato fue una extraña mezcla de declaración de intenciones, trueques de máquinas y compromisos de pagos, eso sí, al final nos coló a mayores unas negociaciones con unos militares y gente de un poblado.
En definitiva, que aquel hombre tenía buenas ideas e intenciones pero con nuestra pasta.

Todo esto, que en África puede parecer normal: trueques, acuerdos, negociaciones, mentiras, medias verdades, renegociaciones de negociaciones de acuerdos cerrados, etc. hay que trasladarlo finalmente a los procedimientos de contratación de una empresa española de nivel internacional.

¡Y esto último creedme era más difícil aún que todo lo anterior!

Olivier, Eladio y Genaro

Como siempre con los senegaleses aquello no acabó bien, Isolux no tenía nada de lo que se necesitaba para montar la cantera pero buscamos quién sí lo tenía y quería venderlo,  y ahí apareció Olivier, un gomero entrañable.

Olivier, un empresario canario del sector, llevaría y montaría toda la instalación de machaqueo, la maquinaria y los camiones necesarios, nosotros pagaríamos el transporte de llevar desde Canarias a Senegal todo aquello y todos cobraríamos  del material extraído, M. Sall se ocuparía de los permisos y de que nos dejasen trabajar (que no era poco).

El problema de Olivier era que estaba arruinado, el de M. Sall que no tenía un euro y el nuestro que  necesitábamos producir y obtener un producto final (el hormigón o el aglomerado) para poder cobrar y a su vez pagar a todos.

El acuerdo, a pesar de sus aristas podía funcionar, teníamos un contrato en el que  los americanos estaban detrás,  había pasta,  el mayor  problema de todo era que en medio estaban los senegaleses.

Allí, en plena selva dejamos a dos tipos duros, locos como cabras y hechos de otra pasta: Eladio y Genaro.
A estos dos personajes los abandonamos en Masadala para que montaran y pusiesen la cantera en marcha; aparte de montar las instalaciones en aquel paraje, luego tenían que hacer funcionar aquello, tenían que barrenar, dinamitar, explotar, picar, extraer el árido, machacarlo y enviarlos para la obra.

Los dejamos en un lugar donde no había restaurantes donde comer, sin agua, sin comunicación, sin luz, sin nada de nada. Al principio dormían en un casita que había junto al campamento militar pero cuando fuimos a verles los bichos los habían casi devorado. Después de esto les pusimos un coche para que fueran todos los días a dormir a Tambacounda porque de otra manera probablemente hubiesen muerto.

Cuando milagrosamente llegó la planta de machaqueo a aquel lugar (eso requerirá otro capítulo), incomprensiblemente se habían instalado en el lugar otras dos empresas (unos libaneses y unos senegaleses) que  también iban a  extraer árido, en realidad entre ambos  habían vallado el lugar donde se supone que íbamos a implantarnos nosotros.

Montamos en cólera y le exigimos explicaciones a M. Sall pero solo nos dio evasivas, que si los otros dos empresarios eran muy poderosos, que si habían convencido a no se quien, que teníamos que haber sido más rápidos, etc.

El caso es que nos jodieron vivos porque donde teníamos previsto implantarnos, que era el sitio más fácil y con el frente de cantera abierto para empezar a trabajar se habían implantado ellos. Los militares nos acompañaron a otro emplazamiento cercano, en principio tampoco parecía malo y allí dejamos la maquinaria para iniciar la cimentación y el montaje de instalaciones.

Esa semana comenzó la época de lluvias y la sorpresa fue que al mandar a la gente a trabajar en las cimentaciones junto a Genaro y Eladio, ya no se podía acceder al nuevo emplazamiento, todo estaba inundado, los muy hijos de su madre nos habían ubicado en una zona inundable, parecido a un pantano.
Intentamos en vano, hacer pistas de acceso, desvío de cauces, drenaje del terreno y alguna brillante idea más, pero todo resultó en vano hasta que dejó de llover y desapareció el agua por propia voluntad.

Estábamos aprendiendo las leyes de la jungla (o de África) a base de hostias y es por estas cosillas que a veces notareis que guardo un poquillo de rencor a aquella gente, eso sí, sin acritud.

Por aquella frontera cercana a la cantera pasó el unico caso de Ebola, delante de las narices de nuestros muchachos, que como estaban incomunicados no sabían nada de la movida que se montó con esa epidemia; la malaria que afectaba a casi todo el mundo pasó de largo ante ellos, los escorpiones, serpientes, monos, etc., nada los echó para atrás.

Y estos dos pollos sobrevivieron, creo que hasta dejaron descendencia por la región, el único problema de estos dos Rambos es que sobre su trabajo, o ellos mentían o en el trayecto nos robaba hasta el apuntador, cosa no descartable.

En otra ocasión  M. Sall apareció por mi oficina trayéndome un contrato que había firmado para la explotación de otra cantera en el norte, para iniciar la explotación debía comprar otra instalación completa de machaqueo y ya había conseguido un acuerdo de préstamo con un banco árabe.

El hombre quería que le buscase toda la maquinaria en España, que sabía que nuestro país estaba en crisis y se podía comprar todo lo relacionado con las obras a precio de saldo, cosa que era verdad.

Como yo conocía a casi todos los empresarios canarios y todos sin excepción estaban en apuros a la par que necesitados me pareció una buena oportunidad para todos.

Organicé una visita a La Gomera con M. Sall con el objeto de ver las instalaciones de Urbano, un empresario Gomero que tenía maquinaría y una necesidad imperiosa de vender parte de ellas y hacer caja.

El viaje fue apoteósico, en mi vida había llamado tanto la atención. M. Sall vino acompañado de su hija, una senegalesa de 1,80 m. de altura, guapísima con rasgos africanos y asiáticos, a ella la miraba todo Dios, luego estaba el padre, un gigantón que vestía con el traje tradicional senegalés y con el Corán siempre en la mano, el último en discordia era yo, que a pesar de mis 1,72 m. de altura, altura media de los nacidos en mi época, al lado de estos dos parecía un enano.

Cuando el gigantón se puso de rodillas a rezar en la proa del Fred Olsen que nos llevaba de Tenerife a  La Gomera aquello se convirtió en un espectáculo.

El barco,  habitualmente va lleno de alemanes, ingleses, nórdicos y algún gomero que va y viene de trabajo. La imagen era impactante, aquel negro inmenso haciendo sus rezos y hablando en árabe en la proa del barco, era como la imagen de Di Caprio en Titanic pero mucho mas surrealista; hacia sus reverencias mientras recitaba  versos del Corán.
Yo contemplaba la escena a cierta distancia y  meditaba sobre el por qué siempre acababa haciendo cosas tan absurdas en mi vida, pero a eso no le he encontrado repuesta aún.

Llegamos a San Sebastian de La Gomera e hicimos noche,  para cenar nos fuimos al único restaurante que quedaba abierto y nos sirvieron un maravilloso plato  de lentejas con chorizo, a los tres nos supo a gloria.

Después de llevar medio plato comido, M. Sall me preguntó sobre los tropezones de las lentejas, le parecían exquisitas y caí en la cuenta de que los musulmanes tienen prohibido comer cerdo.
Como no quería darle el disgusto de su vida al hombre, le dije que era Boeuf (vaca), que en La Gomera tampoco se comía cerdo al igual que en Senegal, que eran gente civilizada.
Para mi lo de la religión nunca ha tenido mucho sentido, pero claro, a una especie de clérigo no iba yo a convencerle de lo contrario y menos en francés.

M. Sall pactó la compra de toda la maquinaria con Urbano, el problema fue a la hora de pagar, a M. Sall le pidieron un avalista y pensaba que Isolux podría ser aquel. Como ya conocéis o imaginareis, a Isolux ya no le avalaba nadie pues estaba en caída libre y menos aún avalar la empresa tal asunto, la compra se frustró y todo se fue al traste de nuevo.

De la cantera de Masadala estuvimos extrayendo piedra durante más de un año pero por una razón u otra, de la planta sólo llegaba  a la obra una cuarta parte de lo que allí sacábamos y después para colmo el bueno de M. Sall murió, todo lo que podía salir mal salió mal y el negocio se fue al traste para todos.

Al final la cantera nos dio para hacer los primeros 100 km de carretera, de Kolda a Tanaff, luego con todas las zancadillas que nos pusieron y la muerte de M. Sall decidimos traer el resto del árido por barco desde el norte del país.

Acabamos trayendo el árido en camión desde las canteras de norte al puerto de Dakar, en barco desde Dakar a Ziguinchor y de nuevo en camión hasta donde teníamos las plantas de hormigón y aglomerado.

Si esto no fuese porque realmente  lo hicimos nadie sería capaz de imaginarlo y es que hay veces que la realidad supera la ficción.













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