Este fin de semana salió a colación la trayectoria marinera de mis amigotes armadores, recordé entonces la curiosa historia de cómo vendí mi primer barco, si es que a aquello se le podía llamar barco.
Se trataba de una Benji de menos de cuatro metros, era un bote de fibra de segunda mano que compramos para la obra del emisario de Granadilla, no tenía motor y lo sacábamos y metíamos en el agua con una retroexcavadora, dos peones a puro remo se movían con la barquilla para tender redes anticontaminacion y sostener la mira de topografía.
Curioso fue cuando meses más tarde nos enteramos que uno de los dos peones no sabía nadar, ese debía ser el motivo de que la topografía no cuadrase.
Cuando inexplicablemente o asombrosamente la obra acabó, pensamos en tirar el bote a un contenedor, nos había costado 600€ y estaba más que amortizado.
Decidí llevármelo a casa y hacer bricolaje, intentar arreglarlo; lo limpié, lijé y pinté. La verdad es que el resultado no fue muy bueno pero no se le pueden pedir peras al Olmo. Luego compré un motor Honda de 15cv (2.400€) y a funcionar con El Golondrino Dos, nombre con el que el anterior propietario había bautizado al barco, viendo al Dos es difícil imaginar lo que sería el Golondrino Uno.
Como era mi primer barco, estaba muy ilusionado y lo botaba al agua sintiéndome como si tuviera el mismísimo barco de Onasis.
Pronto se me quedó pequeño, aparte de un buen susto que nos dimos Enrique y yo por meter a los cuatro críos y tres adultos en el bote y no verificar previamente el estado de la mar.
Decidimos por tales motivos comprar algo un poco más digno, una Beneteau Cabin Flyer de 5,5 metros de eslora; la llamamos "El Siri". Siri era un cangrejo que había en las playas de Bahía (Brasil)
En general, verse con dos cosas de la misma naturaleza suele ser un problema: dos casas, dos motos, dos barcos, dos mujeres, etc; es como digo un problema que ha llevado a más de uno al suicidio. Pero como "El Golondrino Dos" no me había costado gran cosa, ni importaba su mantenimiento, tampoco era tan grave. Aún así debía venderlo para ser consecuente con mis absurdas teorías.
Para la venta inserté un anuncio en "segundamano.es" al que nadie respondió; aparte de que fuera una chalupilla, la razón de que no llamase nadie debió ser porque establecí un precio de partida de 5.500€, con el fin de luego regatear.
La curiosa historia comenzó cuando, por fin, un sábado recibo una llamada de un alemán solicitándome ver el barco. El alemán a pesar de llevar 25 años en Canarias, como creí entenderle, se expresaba terriblemente mal.
Guillermo, el alemán, vio el anuncio en segundamano, en vez de llamar, se dirigió directamente al puerto de Radazul, preguntó a los marineros y estos me llamaron.
En ese momento yo estaba pescando con mi nuevo barco y la llamada de los marineros me sorprendió pero volví rápidamente al puerto.
Cuando llegué a puerto, allí estaba Guillermo con su mujer, otra alemana residente en Canarias que, con sus 25 años en esta tierra, aún no hablaba ni una sola palabra de castellano.
Guillermo era un tipo de complexión gruesa, de risa fácil y estruendosa y de un beber cerveza que ni los camellos más sedientos del desierto.
Lo primero que propuso Guillermo, nada más conocernos, es brindar por tal motivo, así que a pesar de ser sábado y las 10 de la mañana acepté.
Después de la segunda cerveza no conseguía que Gillermo se levantara a ver el barco y no es hasta acabar la tercera que le llevé a regañadientes hasta El Golondrino.
Poco familiarizado con la nautica, Guillermo examinó exhaustivamente el barco durante quince segundos o menos, y va el tío y me dice que lo compra, sin regatear si quiera,
-¡Esto si que es un alemán, coño, y no la Merkel-
Le propuse botarlo al agua para probar el motor, pero rehusó taxativamente la invitación y, a cambio propuso tomar otra cerveza para brindar por su futura adquisición.
Al comprador no le podí decir que no, además, le iba a ganar 2.500€ al Golondrino, ¡increíble!
Así las cosas, se sucedieron unas cuantas rondas más de cervezas, que creo es la causa de que no recuerde cuantas.
Eran las dos de la tarde del sábado, y propuse a Guillermo que me diera una señal para reservarle el barco, pues tenía varios compradores a punto de decidirse; para ingrata sorpresa, resulta que el teutón no llevaba un euro encima.
-¡Ahora si que he hecho el primo!, me toca pagar todas las rondas; he invitado a un alemán a ponerse cogorza y seguro que se va a descojonar de mi cuando se le pase la resaca-
Nos despedimos entre abrazos y quedamos para el lunes en mi oficina de Santa Cruz de Tenerife, donde haríamos todo el papeleo de la venta.
Es lunes, habíamos quedado a las diez de la mañana y son las once y media, mis peores presentimientos se confirman, el tío se bebió El Nilo a mi salud y se olvidó de la compra del barco.
Por sí acaso, se me ocurre dar una vuelta por las inmediaciones de mi oficina y, ¡bingo!, según me acerco a la Plaza de España observo algo increíble, veo a Guillermo sentado en una terraza con unas cuatro jarras de cerveza ya vacías y a su mujer, ésta como la vez anterior, con cara de pocos amigos.
Guillermo me ve y grita:
-¡amigo Raúl!, ¿donde estabas?, ¡te has retrasado!,
¿se pensaría que Santa Cruz era una calle o es que está pirado?
Resulta que no se acordaba de la dirección de la oficina, que había perdido el papel con las señas y sólo recordaba que era en Santa Cruz.
-¡amigo Raúl!, ¿donde estabas?, ¡te has retrasado!,
¿se pensaría que Santa Cruz era una calle o es que está pirado?
Resulta que no se acordaba de la dirección de la oficina, que había perdido el papel con las señas y sólo recordaba que era en Santa Cruz.
La mujer de Guillermo decidió que su marido ya no estaba en condiciones de acompañarnos, le dejamos en el bar para que nos esperase y nos dirigimos al banco para sacar el dinero de la venta del barco.
La cosa se retrasó más de lo previsto pues esta buena señora tenía el pasaporte caducado, aunque sólo desde hacía quince años. Finalmente para resolver este asunto, la táctica de ser extranjero y hacerse el gilipollas funciona en España, porque le acaban dando la pasta después de una hora de conversaciones con los del banco.
Luego a Hacienda y Capitanía, ya eran casi las tres de la tarde, me preocupaba Guillermo y le pregunté a la mujer si no esta inquieta por su esposo, me respondió que no, que no le había dejado ni un duro y que no creía que fuese a moverse del bar.
Tres y media de la tarde, todos los papeles resueltos; efectivamente Guillermo estaba en el bar, el tipo aguantó estoicamente cinco horas y media chupando cerveza, sin comer nada. Este tío es alemán de pura cepa; además en la mesa cuando llegamos había otros siete guiris a los que Guillermo había invitado a birras.
El camarero nos recibió como agua de mayo, por fin alguien que iba a pagar la cuenta. Guillermo me dijo o creí entender, que tenía que llevarle el barco a su casa, que quería hacer una gran fiesta de bienvenida al barco, que quiere presentarme a sus amigos y que además que no tenía como llevarse el barco.
Yo, que ya tenía la pasta en el bolsillo, pero en el fondo soy un sentimental, pensé que me iba a joder otro sábado pero acepté.
Yo, que ya tenía la pasta en el bolsillo, pero en el fondo soy un sentimental, pensé que me iba a joder otro sábado pero acepté.
Siguiente sábado por la mañana, llamé a mi cuñado Nestor, que tiene un remolque y me va ayudar. Cargamos El Golondrino y rumbo a El Socorro, después de unas cuantas vueltas llegamos por fin a casa de Guillermo, vivía al borde del mar, en una buena casa, pero en un acantilado de 50 metros sobre el nivel del mar.
- ¿cómo cojones piensa este tío botar el barco al agua?, ¿en paracaídas?-
- ¿cómo cojones piensa este tío botar el barco al agua?, ¿en paracaídas?-
Debían ser las doce de mediodía, y Guillermo nos recibe con su jarra de cerveza habitual, venga, una cervecita por el reencuentro.
Metimos el barco en el garaje, y venga otra cervecita por la maniobra, tengo el presentimiento de que El Golondrino nunca saldrá de ese garaje, nos subimos al barco en tierra y venga fotos con todos sus invitados.
Metimos el barco en el garaje, y venga otra cervecita por la maniobra, tengo el presentimiento de que El Golondrino nunca saldrá de ese garaje, nos subimos al barco en tierra y venga fotos con todos sus invitados.
Cada amigo que llegaba, por supuesto todos guiris, tenían como acto de bienvenida que subirse al barco y hacerse la foto de rigor, ¡y venga cerveza!, ¡que alemán el tío!
Somos los únicos españoles de la fiesta, y voy con los críos. Esto parece una comuna de cerveceros, va a acabar en borrachera general, tengo que huir de aquí como sea, me monto una excusa peregrina y decido evacuar.
Allí quedó El Golondrino, en manos de tan disparatada comuna, Guillermo quería el barco para salir a pescar con su mujer, todavía no tenía cañas ni aparejos, pequeño detalle sin importancia. Me solicitó que le enseñase a pescar, la semana que viene le dije....
Curioso tipo Guillermo, la última noticia que volví a tener de los alemanes fue a través de capitanía marítima, resulta que como el pasaporte de la mujer de Guillermo estaba caducado, le enviaron notificaciones a su casa para que lo regularizase y, hasta la fecha no ha pasado por allí.
Total, que El Golondrino sigue a mi nombre, espero que nunca salga a la mar.
Total, que El Golondrino sigue a mi nombre, espero que nunca salga a la mar.
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